Clavelina en la puerta (cuento – 2do premio en el Concurso Nacional de literatura UPCN 2014)

Antes de que me ponga viejo y la cabeza se me vaya para cualquier lado y pierda la visión clara de algunos recuerdos fundamentales de mi vida ––aunque faltan muchos años para ponerme viejo, pero no crean que eso no me preocupa––, bien, antes de que me ponga viejo quiero contarles la historia del Polaco Adrián; mejor dicho, mí historia con el Polaco Adrián, el anciano que atendí en las últimas guardias nocturnas antes de que me echaran del hospital.
Ocurrió hace ya varios años, pero no puedo decir con exactitud cuántos años fueron porque en aquella época me la pasaba metiéndome ácido y pasta y coca por la nariz. Cocaína, sí. No me avergüenza decirlo. Tampoco lo digo con orgullo, pero, en fin, ya lo hice y no lo puedo cambiar, y hoy en día estoy limpio.
Como dije, el Polaco Adrián fue el último paciente que me tocó atender antes de que me echaran, y esta historia quiero dejarla por escrito porque en aquel entonces, cuando me despidieron, nadie me la creyó. A mis amigos, que estaban conmigo en esa vida de fiestas, noches y excesos, a mis amigos les encantó la historia, pero al día de hoy todavía dudo que me la hayan creído. Supongo que me la festejaron por ser unos drogones perdidos igual que yo.
Mi familia, bien, gracias. Ellos nunca se preocuparon por averiguar si lo que digo es cierto, y ni siquiera se preocuparon cuando me despidieron por más que yo  estuviera pasándola fulera limosneando en la calle de día y yendo a lo de algún ocasional amigo a dormir por las noches. No, para ellos la historia del Polaco Adrián también fue una fantasía mía de drogadicto perdido, pero, a diferencia de mis amigos, a ellos no les causó ninguna gracia.
Que se arreglen. Alguna vez van a tener que volver a hablarme.
Yo, por mi parte, pude salir del pozo: un amigo ––uno de verdad, no los de la noche–– me recomendó a un pariente suyo dueño de un laboratorio de análisis clínicos donde me pusieron a hacer papeleo de oficina que no me gustaba para nada pero, en fin, esto no tiene ninguna importancia. Lo importante es que conseguí trabajo, salí del agujero y pude devolverle a mi vida cierta digna estabilidad. Así que un día me compré una computadora donde me puse a escribir las cosas importantes de mi vida y, bien, acá estoy, y juro que a partir de este momento todo lo que voy a contar es la pura verdad.
El Polaco Adrián cayó en mi guardia una madrugada de domingo que hasta el momento había sido tranquila. El tipo entró moribundo, pero no me pidan que cuente cuál era su patología porque entraríamos en aburridos tecnicismos y, además, no lo recuerdo bien. El Polaco estaba grave, ¿de acuerdo? Y cuando lo dejaron en su habitación y todos se fueron y yo quedé solo con él en el cuarto, el Polaco Adrián abrió los ojos y me llamó con la mano para que me acercara.
Así que me le puse al lado y el Polaco dijo:
––En cualquier momento viene Clavelina.
Y yo le dije: 
––¿Quién?
––Clavelina.
––Qué nombre más raro es ese.
––Se lo puse yo––dijo el Polaco––. Ella se llamaba Adelina, pero yo le puse Clavelina. Es más lindo, ¿no?
––Sí.
––En cualquier momento viene.
A mí no me parecía que Clavelina fuera a aparecerse a esa hora de la madrugada en el hospital, ¿pero por qué iba a tirarle la ilusión por el piso al pobre viejo? Así que no dije nada, le puse la tele sin volumen y el tipo la miró desinteresado hasta que se durmió.
La madrugada siguiente el viejo estaba más animado. No es que estuviera poniéndose mejor de salud, pero, qué se yo, al tipo se le había dado por estar de buen humor.
––Hoy seguro que viene Clavelina ––dijo, y me pidió que le encendiera la tele––. Poneme ese canal de las películas.
––¿Cuál canal?
––El de las películas. Ese de las películas que bailan.
Yo no sabía de qué canal me hablaba, así que me puse a cambiar los canales hasta que una película en blanco y negro apareció en el canal Volver y el Polaco dijo que me detuviera ahí. Miró la pantalla como quien mira un amanecer en el Mediterráneo.
––Clavelina amaba esta película ––dijo el viejo—. Se la sabía de memoria.
––Me imagino ––dije––. ¿Clavelina es tu esposa?
––Nooo, qué va ––dijo el Polaco, y sonrió un poco y tosió––. Fue mi noviecita de pibe. De pibe como vos. ¿Cómo te llamás?
––Julián.
––Ah... Si vos vieras lo linda que era Clavelina. Le encantaban las películas y los musicales y nos la pasábamos yendo de un cine a otro y eso era lo único que hacíamos. Pero después ella me dejó porque estaba muy concentrada en su carrera.
––¿Actriz?
––Bailarina. ––Hizo un firulete con la mano––. Ella quería ser bailarina. Practicaba todos los días en una academia de Flores y yo iba a buscarla y de ahí nos íbamos al cine. Nos mirábamos todas la películas, las conocíamos a todas y éramos felices. Pero en realidad ella estaba mal porque en esa academia de mierda le decían que no era buena bailando. Y por culpa de esos brutos un día ella me dijo "Adrián, me voy a Francia a estudiar baile". Y se fue. Pero seguro que ahora viene a buscarme.
Por supuesto que pasaron los días y Clavelina nunca apareció.
A mí, como siempre, me iba matando el cansancio de la semana, y generalmente los jueves o los viernes iba a hacer mis guardias ya con varias líneas de falopa adentro. Y yo no sé si el Polaco Adrián se daba cuenta de esto o no, pero una noche que yo estaba bastante pasado dijo algo que me llamó la atención. El tipo seguía dándole a la lata con lo de Clavelina: que Clavelina esto, Clavelina lo otro, que ya va a venir, ya va a venir. Yo, como ya no le prestaba atención, me puse a hacer mis cosas, y se ve que el Polaco me vio inquieto y excitado porque dejó de hablar de Clavelina y dijo:
––Vos deberías hacer algo productivo con tu vida, pibe.
¿Qué carajo iba a importarle al viejo lo que yo hacía con mi vida?
Se la dejé pasar: no iba a discutir con un anciano delirante. Así que volvió a ponerse denso con Clavelina hasta que le puse el canal Volver y, otra vez ––como si hubiera descubierto la forma de que el viejo dejara de hincharme las pelotas––, se durmió.
Después vino una semana en que no tuve guardias, así que me la pasé yendo al hospital en el turno de la tarde y a la noche me ponía duro en mi casa o me tomaba una pasta con los chicos en el bar. No volví a pensar en el viejo, y supuse que por su avanzado estado de deterioro ya debería haber muerto.
Pero no.
El sábado siguiente me tocó guardia, pero como la guardia recién arrancaba a la medianoche me di una vuelta por el bar para emborracharme con los chicos; nos dimos unos chutes, fumamos marihuana buena y después ellos se fueron al boliche y yo me fui al hospital.
Apenas entré en la habitación del Polaco, el viejo me la siguió con la perorata de lo que yo debería hacer con mi vida, como si aquella charla hubiera quedado trunca en el momento en que me fui la semana anterior y para el viejo no hubiera pasado el tiempo.
––Vos no estás bien, pibe ––dijo.
Tenía razón. Pero no iba a contarle todo lo que había estado metiéndome en el bar con los chicos; le dije que había tenido un día pesado y que seguramente me quedaría dormido haciendo la guardia.
Pero el Polaco se enojó:
––Vos tenés que estar despierto para cuando venga Clavelina.
Así que eso terminó por cansarme.
––Mirá, viejo ––le dije––, no creo que Clavelina venga a buscarte. Muchas veces la gente espera a alguien que al final nunca viene. Lo sé por experiencia. Muchos se murieron acá esperando que el amor de su vida venga a buscarlos, y yo te puedo asegurar que ese amor nunca llegó.
––No entendés nada, pendejo.
––Voy a encender la tele...
––Dejame de tele ––dijo el Polaco Adrián––. No quiero nada de tele. Y mucho menos quiero escucharte a vos, pendejo, dándome consejos. ¿Pero qué te creés? ¿Que vas a darme lecciones de vida? No entendés nada. Si te esforzaras la mitad de lo que se esforzaba Clavelina por hacer algo con su vida, por ser alguien, por ser la mejor bailarina del mundo y que todos la aplaudieran y la amaran y se enamoraran de ella.
––Se ve que muy bien no le fue ––dije, pero intenté decirlo en broma para que el viejo no se encabronara; después puse de todas maneras la tele en el canal Volver, y al Polaco pareció gustarle, porque se calmó.
––Tenés razón ––dijo––. No es la mejor del mundo. Nadie la conoce. Pero seguro que todavía sigue practicando y tratando de ser la mejor. Eso lo sé. Y seguro que ahora viene a buscarme. Ahora vuelve de Francia y viene a buscarme.
––¿Hace mucho que no la ves?
––Nunca más la vi ––dijo el viejo, y perdió la vista en la pantalla del canal Volver donde pasaban una vieja comedia musical con Niní Marshall como cantante––. Mirá que linda estaba Niní en esa película. Ella sí que era buena. Clavelina una vez la conoció, ¿sabés? Y Niní le prometió que le tomaría una audición y que la llevaría al cine como una de sus bailarinas, y no sabés lo contenta que se puso Clavelina cuando vino a contármelo. Pero después, cuando bailó en la audición, no le gustó a nadie, y ella dijo que era amiga de Niní Marshall y que Niní Marshall la había recomendado, pero Niní no se apareció por ningún lado y a Clavelina le dijeron que se fuera a su casa.
Linda historia, pensé, pero me dio un ataque de empatía o de lástima o algo así, y quería que el viejo de una vez reaccionara.
––Adrián ––le dije––, Clavelina no va a venir. Ni siquiera debe saber que estás acá internado.
––Sí que sabe ––dijo el viejo, y señaló el televisor––: ahí está.
Miré la pantalla y vi a Niní Marshall en primer plano cantando un valsecito dulce y triste. Detrás de ella, un trío de bailarinas con vestidos de campana y suecos y rodetes encintados llenos de parafina hacían una coreografía de pasitos cortos y manitos al compás.
El Polaco Adrían se sentó en la cama, y con la voz quebrada me dijo "mirala, mirala ahí está", y me señaló a la bailarina de la izquierda, la más linda de las tres, más linda que Niní Marshall, Clavelina bailando en la pantalla más linda que todas las bailarinas que yo había visto en mi vida.
––Qué bien baila, viejo ––dije, y me acerqué a él en la cama––. ¡Qué bien baila Clavelina!
––Lo logró, pibe ––dijo el Polaco, y me abrazó y yo también lo abracé y dejé que se levantara de la cama––. Yo sabía, yo sabía que lo iba a lograr. ––Y el viejo se puso a bailar en la habitación y copiaba los pasos de Clavelina y cantaba igual que Niní.
Yo me senté en la cama y me puse a aplaudir y también tarareaba la canción aunque no me sabía la letra, y al fin creí que Clavelina se aparecería en la puerta y le diría al viejo "vamos, volvamos a casa" y el viejo se podría tan feliz que rompería en llanto y se iría con ella y yo me quedaría solo en la habitación y llorando, llorando por la felicidad del viejo.
Me di vuelta y el viejo bailaba como el que baila sin dolores, y cerré los ojos y me sequé las lágrimas y cuando los volví a abrir el Polaco Adrián bailaba junto a Clavelina en la película, uno junto al otro siguiendo la coreografía a la perfección, sonriendo a la cámara con la alegría de antaño, la alegría de los días de Clavelina y el viejo de la mano por las calles de la ciudad.
––Que suerte tuviste, viejito ––dije, y descorrí las sábanas y me acosté en la cama y me dormí.    
A la mañana siguiente, antes de que me echaran de la habitación y del hospital, me desperté con el ruido de la puerta y con la enfermera que me sacudió del hombro.
––Cinco y media ––dije, cuando me preguntó la hora de muerte del viejo.